La palabra ética proviene del latín ethĭcus, y este del griego antiguo ἠθικός,
o transcrito a nuestro alfabeto, "êthicos". Es preciso diferenciar al
"êthos", que significa "carácter", del "ethos",
que significa "costumbre", pues "ética" se sigue de aquel
sentido y no es éste. Desconocer tal diferencia deriva en la
confusión de "ética" y "moral", pues esta última nace de la
voz latina "mor, Moris", que significa costumbre, es decir, lo mismo
que "ethos". Si bien algunos sostienen la equivalencia de ambas
doctrinas en lo que a su objeto respecta, es crucial saber que se fundamentan
en conceptos muy distintos.
Algunos han
caracterizado a la ética como el estudio del arte de vivir bien, lo cual no
parece exacto, puesto que si se reuniesen todas las reglas de buena conducta,
sin acompañarlas de examen, formarían un artes, más no una ciencia.
La ética es
una de las principales ramas de la filosofía,
en tanto requiere de la reflexión y de la argumentación, este campo es el
conjunto de valoraciones generales de los seres humanos que viven en sociedad.
La
tradición griega había enseñado que los héroes eran aristoi, los mejores. Pero las
excelentes cualidades que poseían se debían a su nacimiento, a dones especiales
de los dioses. Esa areté era algo heredado. Con el nuevo cambio
social que tiene lugar en el siglo V y con los valores de la democracia, se
plantea el problema de si se puede aprender la virtud, como se aprende matemática.
Este
planteamiento, en consonancia con el mundo de los sofistas, que enseñaban con
la retórica a persuadir y convencer a los otros, modula en Sócrates una nueva
moral. Una moral independiente de la tradición y que ha de construirse en
función de la solidaridad y, sobre todo, de la racionalidad. La inteligencia,
el buen sentido y la armonía de los deseos son las bases de esa «sabiduría
ética», levantada desde la experiencia concreta de los hombres. Por ello, una
virtud que tiene como fundamento la racionalidad puede, en consecuencia,
enseñarse.
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